domingo, 21 de diciembre de 2014

El rincón del escritor: Regina Roman nos presenta Loca de amor

Ficha del libro
Me llamo Mirella Fiestas. Y así era más o menos mi vida, una fiesta, hasta que mi madre me obligó a que una pitonisa me echara las cartas. Lo que predijo, se cumplió, y me dejó en tal estado de shock que colgué la toga, dejando de ser una abogada de éxito (aunque algo neurótica) para convertirme en guía turística de los Castillos del Loira (la neurosis siguió ahí). Me tocó un grupo de lo más variopinto: una abuela cascarrabias, una histérica estrella del pop y su asistente, un chino obsesionado con los fantasmas… ¡Y un médico tan guapo que tiraba para atrás! Todo lo que llegó a suceder en ese viaje increíble os lo explico en estas páginas, con misterio, asesinato e historia de amor incluida.

¿Queréis leer mi historia? Pues no os cortéis, os aseguro que os dejará ¡¡¡looocos!!!








Los personajes nos hablan de la novela:

MIRELLA FIESTAS: Soy diminuta y rubia, pero no un bombón, que conste. Soy abogada, tengo pinta de inofensiva y una mala uva escondida que tira de espaldas. Decía mi padre, que en paz descanse, que debía medir otro metro y medio enterrado bajo tierra del que tiraba cuando hacía falta. Ni creo en los vaticinios del futuro ni creo en las cartas del tarot pero cuando mi madre se empeña en algo lo mejor es seguirle la corriente. Estoy prometida, preparando mi boda con escasa ilusión (yo es que soy así, de poco emocionarme) y la pitonisa me dice que me espera el chasco de mi vida. Así, con todas sus letras. ¿Qué hago? ¿La creo? Cuando aún no he tomado la determinación siquiera, los vaticinios se cumplen y me veo obligada a romper con todo. Seré guía en los castillos del Loira y olvidaré que el mundo me odia y me maltrató. Si antes no creía en el amor, figuraos ahora, hasta que conozco al grupo de turistas que me han asignado y aparece… ÉL. Sí, con mayúsculas, porque no hay otro modo de definirlo. Es guapísimo, tiene el pelo oscuro y ondulado, los ojos enormes y brillantes y cuando ríe, ladea la cabeza y un rizo le cae sobre la frente. Cada vez que me mira me pulveriza las bragas. Lo peor es que no se da ni cuenta, solo le provoco curiosidad como espécimen humano. En cuanto a mí, he decidido no enamorarme y cueste lo que cueste, aguantaré el palo de esta vela. Hablando de palos… ¡Jolines! Si es que todo me recuerda a Pablo...


***

PABLO SALAS: Me llamo Pablo Salas y soy médico. Me habría gustado especializarme en psiquiatría pero a mi madre le daba yuyu y me conformé con tenerla de hobby en lugar de como profesión, es más relajado, la verdad. Me embarqué en un viaje por los castillos del Loira porque me chiflan las piedras viejas, las historias de las antiguas fortalezas y lo confieso, porque estaba un poco aburrido. No tengo novia ni interés, las chicas son bastante complicadas, vivo feliz, a mi aire y sin ataduras. Pero cuando conozco a mi guía turística, el corazón me da un triple salto mortal. Tiene algo en esos ojos enormes y verdes, es ella, es la elegida. Qué pena que esté como una auténtica maraca, que cambie de parecer cada dos por tres, que tras cada leve acercamiento parezca arrepentirse y repudiarme. Me está volviendo loco, loco de amor. Porque por encima de sus desmanes, cuando la abrazo se derrite en mis brazos y eso debe significar algo. Las cosas buenas se hacen esperar y si tengo, es paciencia. Adoptaré como lema "el que la sigue la consigue", bueno soy yo.

Una escena que abra el apetito:

Pablo tomó las riendas agarrándome por el costado y tumbándome sin vacilar, en el frío suelo. El resto del grupo acudió a cotillear en tanto el doctor me masajeaba el esternón con caballerosa cautela para no sobrepasarse por las bandas. Sus maniobras dieron resultado y lentamente la vida regresó a mis arterias, y la visión de las cosas de alrededor, a mis pupilas. Aparté a Pablo con suavidad, justo cuando se aproximaba a hacerme el boca a boca. ¡Ni hablar!


—¿Mejor? —preguntó todavía acuclillado.

—¿También sabes primeros auxilios? —gruñí. Odio depender de otro, necesitar a alguien, a un hombre. Y menos, para respirar. Mierda.

—Mire, eso es de medicina general. Aparte, perfeccioné mis técnicas con unos cursillos que…

Me levanté renqueando pero sin permitirle ayudarme.

—Sigan con la visita, por favor, no ha pasado nada serio, un mareíllo, eso es todo; la tensión por los suelos o me habrá sentado mal el almuerzo. Vayan, vayan —azucé a Clodomiro y al chino que me observaban descompuestos—. Los veo en el microbús. —Recuperadas mis agallas, enfrenté a Pablo—. En cuanto a ti… No me vigiles, mantén las distancias, no me persigas, abstente de psicoanalizarme, déjame en paz con mis histerismos y mis ensoñaciones, que yo me entiendo…

 El tío, encima, parecía feliz.

—¿Te estoy sacando de tus casillas?

—¿Y tú te estás cachondeando, por casualidad? —me defendí, muy guerrera. Estiré el brazo y pese a los centímetros con los que me sobrepasaba en altura, conseguí apartarlo de un empujón—. Quita de en medio, gafapasta —farfullé para mis adentros—, no estorbes.

Pero me escuchó, maldita sea. Y volvió a interponerse en mi camino.

—No me da la gana. Y haz el favor de tratarme con más respeto.

—¿Yo? ¿A ti? ¿Y eso por qué, si puede saberse?

—Porque soy tu cliente —me desafió todo chulo. ¡Qué bueno estaba, por el amor de Dios! Podría jurar que oí mis bragas volatilizarse con un cañonazo.

—Mío no, de la agencia, en todo caso. Y si no te quiero soportar, eso sí es cosa mía.

—Si te altero, te aguantas, agua y ajo, que se dice. A ver si va a tener razón doña Cordelia y eres una incapaz, negada, soberbia, inútil para desempeñar tus funciones como Dios manda.

Me subió una ráfaga de ira estómago arriba que me temblaron hasta los empastes. Apreté los puños, abrí con desmesura los ojos y sujeté las ganas de lapidarlo.

—Yo… Te mato.

—¡Estás somatizando el nerviosismo que te provoco! —exclamó loco de contento— ¡Qué bueno!

—¿Bueno? Y un carajo.

—Sí, que te altere mi proximidad es positivo desde cierto punto de vista… romántico —concluyó, rojo como una cereza.

Ay, madre.

Sin saberlo, Pablo acababa de encender la mecha de mi descontrol más absoluto. Lo agarré como pude de la chaqueta para arrastrarlo tras un murete en pie a medias, a salvo de las miradas ajenas. La intención era besarlo apasionada, enloquecerlo con un ataque directo e irreverente a su boca apetitosa que parecía llamarme desde el día en que lo conocí. Pero se me adelantó. Deslizó una mano hasta mi nuca mientras la otra se apoderaba de mi cintura y tiró con ambas al mismo tiempo. Se adosaron nuestros cuerpos y el calor de su pecho prieto me traspasó como una lanza. Eso, sin hablar de la otra lanza, la que guardaba bajo el vaquero, que se me clavó casi a la altura del ombligo para contarme lo mucho que lo excitaba.

Jesús. Sus labios eran suaves y mullidos, un gustazo. Y de tonto no tenía nada, sabía bien cómo enloquecer a una chica a base de lengua y mordisquitos traviesos. Me regaló el beso más largo y apasionado que recuerdo como humana viva. Con ritmos cambiantes, ora más profundo y exigente, ora más delicado y lento. Cuando decidió separarse, fue como si me arrebatasen los pulmones de un violento tirón.

Continuará...


Desde LecturAdictiva damos las gracias a Regina Roman por la presentación.

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