domingo, 14 de junio de 2015

El rincón del escritor: Mayelen Fouler nos presenta En tierra de fuego

Ficha del libro
Barcelona, otoño de 1943. Cuando Rosa Sarlé llega a la casa de sus padres poco puede imaginar que se encontraría con Frank Bennet-Jones, rico estanciero inglés afincado en la Patagonia argentina. El viudo de su hermana Anna. Tras ese encuentro, Rosa relee las cartas en las que Anna le relataba su apasionada historia de amor con Frank.
A Frank el reencuentro con Rosa lo altera a su pesar. Sin embargo, un hecho inesperado le lleva a casarse con ella y a llevársela a Argentina, aun a riesgo de que Rosa descubra el secreto sobre la muerte de Anna.
En El Calafate, Rosa conoce a Armando Guzmán de Guevara. Entre los dos nace una fuerte atracción y él le revelará el secreto que esconden las cartas de su hermana.

Rosa se verá atrapada en medio de la rivalidad de los dos hombres. Tendrá la oportunidad de vivir la aventura que siempre deseó, conocerá la pasión… pero tendrá que elegir entre Frank y Armando.





Los personajes nos hablan de la novela:


Frank Bennet-Jones
Soy dueño de la más extensa estancia de la Patagonia argentina, aunque soy inglés. ¿Mi nombre? Frank
Bennet-Jones, pelo castaño/rubio, ojos azules, 1,85 y algo más de treinta años.
Quizá es cierto que no parezco muy sociable, pero ¿quién lo necesita viviendo donde vivo? En estos momentos solo espero que mi próximo viaje a Barcelona sea un antes y un después. Quiero acabar de enterrar mi vida anterior, los recuerdos de la esa que fue mi mujer y centrarme solo en mí, en mi trabajo, y en el verdadero motivo de mi viaje a España.
Pero, a veces lo que queremos no se ajusta a la vida real. Ver a Rosa llegando de esa forma, con las mejillas arreboladas, su pelo rojo fuego escapando rebelde de aquel gorro, sus formas que se exhibían a través de aquella ropa… Algo en ese momento me recordó que seguía siendo un hombre. ¡Lo cierto es que su aroma a naranjo amargo me atrapó!


***

Rosa Sarlé
Nunca me llevé bien con mi hermana, por eso no me explico porque de repente empecé a recibir sus cartas, una cartas en las que me narraba su historia de amor con Frank. Lo describía como un hombre
tremendamente apasionado, ardiente. Yo soy pintora, romántica…, así que mi imaginación y mis emociones se quedaron enganchadas con ese hombre, con sus palabras de amor, con su pasión desbordada.
Poco podía imaginar que un día, al volver a casa, ese hombre estaría en el salón, pero algo había cambiado, ya no era el marido de mi hermana, era su viudo.
Ahí estaba yo, con mis veintitantos, mi cara de ángel, mi melena pelirroja y mis ojos verdes clavados en él.  Algo despertó en mí al verle, de repente la lectura de aquellas cartas tenía otro sentido; me hablaban de un hombre que ya no estaba al otro lado del Atlántico si no aquí, en mi casa.
Soy una mujer decidida, incluso atrevida. Si me marco un objetivo me lanzo a él sin pensar en nada más, a pesar de los convencionalismos, de los prejuicios absurdos.
Esa tarde entré en el salón y mis ojos se fijaron en él, con su traje gris, la camisa blanca que resaltaba su moreno, sus ojos azules, aunque me parecieron más grises, era un hombre muy, muy varonil. ¡Era Frank!

***

Armando Guzmán de Guevara
Mi nombre es Armando, soy argentino, patagón, orgulloso de mi origen y defensor de mi patria. Para nadie
es un secreto que entre el inglés y yo hay una enemistad infinita, pero esta vez quizá tenga algo que agradecerle: Rosa.
Soy alto, moreno y de ojos negros, unos ojos que pueden mirar con tanto deseo a una mujer que la haría temblar sin tocarla.
Estoy seguro que mi forma de mirar dejó inquieta a Rosa, clavé descaradamente mis ojos en ella, deslizando la mirada por su mejilla y por su boca como una caricia.

No soy de contar demasiado, prefiero actuar. Pero mejor lo dejamos aquí para no desvelar la trama, aunque si os puedo decir que la lucha entre el inglés y yo no ha acabado. 



Una escena que abra el apetito:

Frank no solo cogió el abridor, sentó a Rosa en la encimera de la cocina frente a él, lentamente le fue subiendo la falda hasta más arriba de las rodillas, separó un poco sus piernas hasta alcanzar la obertura perfecta para colocar la botella entre ellas.
            —Sujétala fuerte —le susurró— ¿Es de estraperlo?
            —¡Lo prohibido siempre es lo mejor! —Rosa sujetó la botella con ambas manos mientras él introducía el sacacorchos sin mostrar prisa. El rizado hierro inició su giro sobre el corcho. Aquella botella era el único obstáculo entre los dos pero se erigía en un enorme muro que los contenía. Solo se oía el gemir del corcho al ser penetrado y la cortada respiración de ellos mientras se devoraban con la mirada. Necesitaban que aquella tortura acabara pronto.
            El corcho, en su huida, derramó unas gotitas sobre la boca de la botella, Rosa acarició con su dedo índice el orificio de la botella y con aquel sabroso botín empapó los labios de él. Apartó la botella a un lado atrapando a Frank entre sus piernas, quería secar los labios del hombre con los suyos. El la cargó con brusquedad llevándosela hacia la gran sala. Rosa llevaba consigo la botella y dos copas. Él hizo que se sentara en el viejo sofá. Se arrodilló ante ella y con suavidad la descalzó. Se puso en pie e hizo que ella también se incorporara, ahora aún era más evidente su diferente altura. Mientras la besaba con pasión iba bajando lentamente la cremallera del vestido. La cogió en brazos y dio una vuelta sobre sí mismo con ella. Le gustaba oír la risa de ella, y ver el hoyuelo que aparecía en su mejilla. Parecía feliz con tan poco que se preguntó si realmente se necesitaba más.
            — Vamos a probar ese licor —le susurró él dejándola en el suelo.
            El Chartreuse les dejó un sabor dulce y ardiente en la boca, lo notaban en los labios del otro. Se los comían con ganas el uno al otro, con las ganas de la contención que habían sentido hasta ese momento.

Desde LecturAdictiva damos las gracias a Mayelen Fouler por la presentación.



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