Ficha del libro |
A Frank el reencuentro con Rosa lo altera a su pesar. Sin embargo, un hecho inesperado le lleva a casarse con ella y a llevársela a Argentina, aun a riesgo de que Rosa descubra el secreto sobre la muerte de Anna.
En El Calafate, Rosa conoce a Armando Guzmán de Guevara. Entre los dos nace una fuerte atracción y él le revelará el secreto que esconden las cartas de su hermana.
Rosa se verá atrapada en medio de la rivalidad de los dos hombres. Tendrá la oportunidad de vivir la aventura que siempre deseó, conocerá la pasión… pero tendrá que elegir entre Frank y Armando.
Los personajes nos hablan de la novela:
Frank Bennet-Jones
Soy
dueño de la más extensa estancia de la Patagonia argentina, aunque soy inglés.
¿Mi nombre? Frank
Bennet-Jones, pelo castaño/rubio, ojos azules, 1,85 y algo
más de treinta años.
Quizá
es cierto que no parezco muy sociable, pero ¿quién lo necesita viviendo donde
vivo? En estos momentos solo espero que mi próximo viaje a Barcelona sea un
antes y un después. Quiero acabar de enterrar mi vida anterior, los recuerdos
de la esa que fue mi mujer y centrarme solo en mí, en mi trabajo, y en el
verdadero motivo de mi viaje a España.
Pero,
a veces lo que queremos no se ajusta a la vida real. Ver a Rosa llegando de esa
forma, con las mejillas arreboladas, su pelo rojo fuego escapando rebelde de
aquel gorro, sus formas que se exhibían a través de aquella ropa… Algo en ese momento me recordó que seguía
siendo un hombre. ¡Lo cierto es que su aroma a naranjo amargo me atrapó!
***
Rosa Sarlé
Nunca
me llevé bien con mi hermana, por eso no me explico porque de repente empecé a
recibir sus cartas, una cartas en las que me narraba su historia de amor con
Frank. Lo describía como un hombre
tremendamente apasionado, ardiente. Yo soy
pintora, romántica…, así que mi imaginación y mis emociones se quedaron
enganchadas con ese hombre, con sus palabras de amor, con su pasión desbordada.
Poco
podía imaginar que un día, al volver a casa, ese hombre estaría en el salón,
pero algo había cambiado, ya no era el marido de mi hermana, era su viudo.
Ahí
estaba yo, con mis veintitantos, mi cara de ángel, mi melena pelirroja y mis
ojos verdes clavados en él. Algo despertó
en mí al verle, de repente la lectura de aquellas cartas tenía otro sentido; me
hablaban de un hombre que ya no estaba al otro lado del Atlántico si no aquí,
en mi casa.
Soy
una mujer decidida, incluso atrevida. Si me marco un objetivo me lanzo a él sin
pensar en nada más, a pesar de los convencionalismos, de los prejuicios
absurdos.
Esa
tarde entré en el salón y mis ojos se fijaron en él, con su traje gris, la
camisa blanca que resaltaba su moreno, sus ojos azules, aunque me parecieron
más grises, era un hombre muy, muy varonil. ¡Era Frank!
***
Armando Guzmán de Guevara
Mi
nombre es Armando, soy argentino, patagón, orgulloso de mi origen y defensor de
mi patria. Para nadie
es un secreto que entre el inglés y yo hay una enemistad
infinita, pero esta vez quizá tenga algo que agradecerle: Rosa.
Soy
alto, moreno y de ojos negros, unos ojos que pueden mirar con tanto deseo a una
mujer que la haría temblar sin tocarla.
Estoy
seguro que mi forma de mirar dejó inquieta a Rosa, clavé descaradamente mis
ojos en ella, deslizando la mirada por su mejilla y por su boca como una
caricia.
No
soy de contar demasiado, prefiero actuar. Pero mejor lo dejamos aquí para no
desvelar la trama, aunque si os puedo
decir que la lucha entre el inglés y yo no ha acabado.
Una escena que abra el apetito:
Frank no solo
cogió el abridor, sentó a Rosa en la encimera de la cocina frente a él,
lentamente le fue subiendo la falda hasta más arriba de las rodillas, separó un
poco sus piernas hasta alcanzar la obertura perfecta para colocar la botella
entre ellas.
—Sujétala fuerte —le susurró— ¿Es de
estraperlo?
—¡Lo prohibido siempre es lo mejor!
—Rosa sujetó la botella con ambas manos mientras él introducía el sacacorchos
sin mostrar prisa. El rizado hierro inició su giro sobre el corcho. Aquella
botella era el único obstáculo entre los dos pero se erigía en un enorme muro
que los contenía. Solo se oía el gemir del corcho al ser penetrado y la cortada
respiración de ellos mientras se devoraban con la mirada. Necesitaban que
aquella tortura acabara pronto.
El corcho, en su huida, derramó unas
gotitas sobre la boca de la botella, Rosa acarició con su dedo índice el
orificio de la botella y con aquel sabroso botín empapó los labios de él.
Apartó la botella a un lado atrapando a Frank entre sus piernas, quería secar
los labios del hombre con los suyos. El la cargó con brusquedad llevándosela
hacia la gran sala. Rosa llevaba consigo la botella y dos copas. Él hizo que se
sentara en el viejo sofá. Se arrodilló ante ella y con suavidad la descalzó. Se
puso en pie e hizo que ella también se incorporara, ahora aún era más evidente
su diferente altura. Mientras la besaba con pasión iba bajando lentamente la
cremallera del vestido. La cogió en brazos y dio una vuelta sobre sí mismo con
ella. Le gustaba oír la risa de ella, y ver el hoyuelo que aparecía en su
mejilla. Parecía feliz con tan poco que se preguntó si realmente se necesitaba
más.
— Vamos a probar ese licor —le
susurró él dejándola en el suelo.
El Chartreuse les dejó un sabor dulce y ardiente en la
boca, lo notaban en los labios del otro. Se los comían con ganas el uno al
otro, con las ganas de la contención que habían sentido hasta ese momento.
Desde LecturAdictiva damos las gracias a Mayelen Fouler por la presentación.
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