domingo, 11 de septiembre de 2016

El rincón del escritor: Elizabeth Bermúdez nos presenta Secretos por descubrir

Lorena Beltrán es una mujer luchadora, joven y humilde, madre soltera de una niña de ocho años, Miranda.
Cuando conoce por casualidad a Alberto Miller, un hombre mayor que ella, viudo y dueño de una
prestigiosa clínica privada, entre ambos surgirá un gran amor pese a las diferencias sociales que los separan.
Años después, Miranda se ha convertido en una mujer de éxito con una vida perfecta que está a punto
de dar un giro inesperado. Un testamento, con unas cláusulas asombrosas traerán a su vida a Fernando, con quien tendrá que llevarse lo mejor posible.
Peleas, rivalidades, discusiones, pasión y deseo. ¿Cómo surgirá el amor entre tantos secretos por descubrir?






Ficha del libro






Los personajes nos hablan de la novela:

Fernando
A mis veintisiete años, me siento realizado en la vida, tengo una buena profesión, soy médico, y en un par de años, espero llegar muy lejos en mi carrera. Me gusta conseguir mis objetivos por mí mismo, sin que nadie me ayude en ello. No tengo pareja estable, hasta ahora he ido de flor en flor sin quedarme con ninguna, hasta que la conozco a ella, a una mujer de la que desconozco su nombre y no sé absolutamente nada, tan solo que cuando nos hemos besado, me ha hecho sentir lo que nunca en mi vida, sus labios y su cuerpo me persiguen durante un tiempo, pero a ella no la consigo encontrar, tan solo me quedo con unos zapatos que olvida en nuestro primer encuentro, y cuando tiempo después la vuelvo a tener frente a mí, no puedo creer que sea quién es, que la haya tenido tan cerca y tan lejos a la misma vez. Sé que Miranda es la mujer de mi vida; es guapísima, con carácter y atrevida, con ella el deseo y la pasión junto con las peleas y las rivalidades son el motor que me hacen seguir adelante con las dichosas cláusulas y condiciones que un testamento me imponen por un determinado tiempo, pero entre nosotros existen demasiados secretos por descubrir y ninguno de los dos tenemos un carácter fácil para sobrellevar la complicada situación en la que nos vemos envueltos.

***

Miranda Miller

Hasta mis ocho años me crie sin un padre, mi madre lo era todo para mí, al igual que yo para ella, luego apareció Alberto Miller en nuestras vidas, se enamoró de mi madre, y  se convirtió en un verdadero padre para mí. Me dio todo; una familia, estudios, lujos, comodidades, soy su orgullo, lo sé. Desde que lo conocí decidí ser médico como él, hoy soy cardióloga y llevo la dirección de la clínica Miller junto con mi padre, en unos años se piensa jubilar y dejarlo todo a mi cargo. Me gusta mi trabajo y mi vida, tengo en ella todo cuanto siempre desee. Pero un día, algo se rompe y me veo obligada a tomar otro rumbo. Ahí es cuando conozco a un hombre que despierta un sentimiento en mí hasta ahora desconocido, me enamoro de él sin planteármelo, sus besos me persiguen durante algún tiempo, y cuando nos volvemos a ver, resulta que estamos obligados a compartir ciertas cosas que no esperamos ninguno de los dos. Él es atractivo, inteligente, orgulloso y le encanta llevarme la contraria y ponerme al límite. Lo nuestro es complicado, no sabemos nada el uno del otro y nos rodean muchos secretos y situaciones que no podemos llegar ni a imaginar.



Una escena para abrir el apetito:

"Miranda se acercó a la barandilla y dejó que la brisa fresca de la noche acariciase su rostro. Contempló durante unos minutos el mar en calma por el que navegaban esa noche, cerró los ojos y sintió el aroma a sal. Su larga melena se ondeaba al viento, le tapaba la cara casi por completo. No se molestó en apartárselo, se quedó allí quieta, con los ojos cerrados, una mano agarrada a la barandilla y en la otra sostenía los zapatos de tacón. No era consciente de nada más que de aquella sensación de paz y libertad que en esos momentos la embargaba, se dejó llevar. 
No sabía cuánto tiempo pasó así, Miranda abrió los ojos de repente al escuchar una voz masculina que le decía con manifiesta preocupación:
—¿Se encuentra bien? —Ese hombre estaba tomándola delicadamente por el antebrazo, para hacerla volver a la realidad.
Miró a la persona que estaba justo al lado, se apartó el pelo de la cara para observarlo mejor, soltándose de la barandilla, y al hacerlo, perdió un poco el equilibrio. Él fue ágil en su movimiento, la tomó entre sus brazos impidiendo un traspié y que pudiese caer. Ambos quedaron muy cerca y se miraron a los ojos con intensidad.
Miranda se vio reflejada en unos ojos almendrados color canela con un brillo especial, y él se vio reflejado en los ojos negros más bonitos e intensos que jamás hubiese visto en su vida. Aunque, mientras ella permanecía con los ojos cerrados, él se dio el lujo de observarla al detalle. Primeramente, le llamó la atención verla sola en cubierta, y a esas horas de la madrugada, especialmente a una mujer como ella. Él no iba de etiqueta, aquella noche no acudió a la cena de gala. Llevaba unos pantalones vaqueros oscuros con una camiseta blanca. No podía dormir y decidió subir a cubierta un rato para despejarse. Y allí la encontró a ella. De haber sabido que una mujer como la que ahora mismo tenía entre los brazos estaba en la cena de gala, hubiese accedido ante la insistencia de su amigo para acudir, sin embargo él prefirió pasar una velada en la cubierta privada del camarote, junto con su familia, a la que no había visto desde hacía un año y medio.
Miranda asintió ante la pregunta del desconocido volviendo a la realidad, se quedó perdida en sus ojos por unos instantes, y este le hizo saber:
—Si no se encuentra bien, soy médico. Puedo ayudarla.
Miranda sonrió con ironía, se deshizo de su abrazo con torpeza y lo miró al detalle de arriba abajo.
Él era alto, delgado, con un buen cuerpo, sus cabellos eran castaños claro y su pelo estaba un poco alborotado por la brisa, llevaba una barba muy recortada y le mostraba una sonrisa espectacular. 
Se dijo para sí misma que era un hombre muy guapo y sexy. Le sonrió de nuevo con la mejor de sus sonrisas y le dijo sorprendida:
—¡Médico! —No pudo evitar la exclamación ante su sorpresa. 
Se quedó un segundo pensativa. 
Fernando asintió, ella parecía no creerlo.
—Quizás un médico es lo que realmente necesito en mi vida, para que me cure todas las heridas que ni yo misma puedo curar.
De repente, se lanzó a los brazos del desconocido, le rodeó el cuello con sus brazos ajustando su cuerpo al de él y le plantó un demoledor beso en los labios, sin dejarle opción. 
El hombre respondió al beso al instante. La había deseado desde que la vio allí sola de espaldas. La abrazó recorriendo su espalda con sus manos, en ningún momento dejó de tocarla mientras se besaron. Se saborearon mutuamente, exploraron sus bocas, y cuando tenían los labios casi hinchados y doloridos de su demoledor beso, se separaron y se miraron a los ojos en silencio con sus respiraciones alteradas.
Él no la soltó, la retuvo entre sus brazos, le sonrió levemente con la mejor de sus sonrisas, y Miranda tomó conciencia de lo que acababa de hacer con un completo desconocido, de repente, se soltó de su abrazo avergonzada y salió a correr dejándolo solo y desconcertado por su fugaz y repentina huida. Él trató de detenerla pero ni siquiera sabía su nombre. Miranda se perdió de su vista de inmediato y el desconocido no supo por dónde perseguirla. 
Después, sus ojos se clavaron en el lugar que la había visto por primera vez en cubierta aquella noche, junto a la barandilla, donde acababa de recibir el beso más impresionante de su vida. En ese preciso instante, se percató, al echar la vista atrás, que ella se había dejado sus zapatos, allí mismo donde se acababan de besar.
Fue hasta ellos y los recogió con una sonrisa burlona en sus labios. Su Cenicienta era de gustos caros, los zapatos eran de Prada. Se los llevó consigo y comenzó a andar hasta su camarote. Al día siguiente, pensaba buscarla por todo el barco para devolverle sus zapatos y volver a ver su bonita cara. Esa mujer le había gustado, y mucho.

El crucero terminó y no volvió a saber nada más de aquel desconocido que besaba tan bien. 
Y él, se quedó con sus zapatos de Prada." 


Desde LecturAdictiva damos las gracias a Elizabeth Bermúdez por la presentación.




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