domingo, 30 de octubre de 2016

En rincón del escritor: Calista Sweet nos presenta Solo una aventura

Para Carolina amor es el equivalente a una noche de buen sexo y diversión. Ha organizado una estupenda vida alrededor de su recién adquirido puesto de trabajo en una revista de moda, sus amigos y sus otras dos grandes pasiones: los animales y la música de los Rolling Stones. 
Resuelta a evitar complicaciones, se dedica a ofrecer buenos consejos y disfrutar de las alocadas reuniones familiares que se organizan con más frecuencia de la que sería clínicamente recomendable. Porque  mantener a salvo la salud puede convertirse en un reto cuando tienes una madre con una personalidad susceptible de arrollar a El Yeti y cinco hermanos menores cuyo pasaporte favorito es tomar el pelo al más pintado.
Si no fuera por el desahogo que supone Elena, hace tiempo que Carolina se habría mudado al otro lado del mundo. Elena ejerce de bálsamo en el sentido más amplio de la palabra. Lástima que no pueda decirse lo mismo de su hermano. 
Porque Hugo Fortes es el tipo más despreciable sobre la faz de la Tierra. Es zafio, estúpido, siempre está dispuesto a dar una réplica y tiene el sentido del humor de un orangután hambriento. Afortunadamente, nunca permanece en un mismo sitio el tiempo suficiente como para lamentarlo.
Al menos así ha sido hasta que se cruza por casualidad en el camino de Carolina. 
¿Puede un prometedor fin de semana convertirse en una pesadilla?
Todo es posible cuando en el horizonte se vislumbra al temible Hugo.
Una divertida novela donde se plantean situaciones y problemas actuales con grandes dosis de humor.





Los personajes nos hablan de la novela:

Me llamo Hugo y dicen que soy tremendo. Pertenezco a una de las familias más influyentes de la ciudad. Esto, lejos de ser una ventaja, ha llegado a convertirse en un hándicap a la hora de relacionarme y desarrollarme profesionalmente. Tengo unos padres demasiado exigentes que no aceptan mi forma de ver la vida. Me tachan de alocado, de soñador, cuando mi único anhelo es demostrarles que puedo lograr cosas por mí mismo. Soy empresario de oficio y músico por vocación. De ahí que no permanezca demasiado tiempo en un mismo sitio. Odio la rutina y experimento la necesidad de cambiar de aires constantemente. Las chicas me buscan porque soy un tipo encantador. Pero hasta ahora solo le he sido fiel a mi guitarra eléctrica. Con todo, soy cariñoso y muchas veces me siento solo y desearía tener a alguien en quien confiar. Eso sí, cuando necesito desahogar mis frustraciones, nadie mejor que Carolina, la sempiterna amiga de mi hermana Elena. Esa mosca cojonera que siempre ha revoloteado a nuestro alrededor, poniendo los puntos sobre las íes en cada cuestión a debate. Carolina es de esa clase de personas cuya perfección hace resaltar tus propios defectos. Es una bruja con una lengua demasiado afilada. Y lo cierto es que me divierte provocarla; ella no lo sabe, pero se pone muy sexy cuando se enfada. Además, más allá de la amistad que la une con Elena, hay un hecho que nos condena a estar juntos: sus tetas fueron las primeras que vieron mis ojos, y esa es una imagen que no podría borrar de mi memoria aunque quisiera.


***

Mi nombre es Carolina y soy la única chica en una alocada familia compuesta por una madre medio tarada, cinco hermanos varones de peculiares costumbres y suficientes animales como para montar un zoológico. Estudié psicología, aunque nunca he ejercido en sentido estricto. Colaboro en una clínica veterinaria  y últimamente he conseguido un trabajo en la revista LaOla en calidad de consejera. Estoy entusiasmada porque eso me brinda la oportunidad de comunicarme con personas inmersas en conflictos que yo estoy dispuesta a resolver. No he tenido lo que se dice suerte en el amor, por lo que jamás me involucro en relaciones sentimentales que trasciendan el ámbito de lo físico. Y cuando necesito compartir confidencias recurro a mi amiga Elena. Es una persona encantadora cuyo único defecto es tener un hermano realmente insufrible. Porque Hugo es un niñato despreocupado e irresponsable. Puede parecer exagerado, pero os aseguro que su pasatiempo favorito consiste en sacarme de quicio. A mí, que me gusta tenerlo todo bajo control. La verdad, no entiendo qué pueden verle las chicas como para andar persiguiéndolo como si fuese un caramelo en la puerta de un colegio. O, para ser más exacta, debería decir que no lo entendía hasta descubrirlo bailando sin camiseta bajo la luz de la luna. Ahora, mi mundo está patas arriba: además de con un enemigo acérrimo y el peor jefe imaginable, debo lidiar con unos cuantos recuerdos excitantes que me roban el sueño. 





Una escena para abrir el apetito:

El cuarto de invitados es una pequeña habitación al fondo del pasillo en la planta superior del hogar de los Mendoza. Un sofá cama de dos plazas es lo que el rudo camionero entiende por “un poco de espacio”.
—Es pequeño, pero cómodo —se disculpa la mujer.
—Mucho mejor que dormir a la intemperie, con la que está cayendo —la apoya él.
—No se preocupen, estaremos bien —asegura Hugo, obligándose a no reparar en mi expresión de contrariedad.
—Ramón dice que no son pareja, pero ¿quién sabe? —expone la mujer mientras compone una mueca pícara—. La noche es fría en esta zona y el calor humano, el mejor preventivo contra posibles resfriados.
—¡Julia! —la reconviene su marido, pero su expresión es tierna.
—No creo que sea necesario —aseguro con tono glacial—. Quizás Hugo prefiera dormir en cualquier otro sitio. ¿No tendrán algún colchón hinchable por ahí guardado? —inquiero, optimista.
—¿Un hueco en la bañera? —propone Hugo en un tono no exento de reproche.
La mujer me mira como si me hubiese convertido en Maléfica, la bruja malvada.
—Somos adultos. Podremos sobrellevarlo —la tranquiliza Hugo.
—Entonces, vámonos, pollito —se dirige a su marido, que la alienta con una sonrisa—. Tenemos que recuperar el tiempo perdido, ¿lo comprenden, verdad?
La puerta se cierra tras ellos y sus risas se van apagando a medida que se alejan por el pasillo.
El dormitorio principal se encuentra justo en el extremo opuesto. No resulta difícil imaginar qué planes tiene esta pareja para las próximas horas.
—¿Qué lado prefieres? —me asalta Hugo, con una mirada afilada cruzándole los ojos—. Porque el suelo puede resultar muy frío para tu delicada piel.
—No serías capaz de permitirlo.
—Ponme a prueba. Si te empeñas en dormir lejos de mí tendrás que ser tú quien abandone el lecho conyugal. Recuerda que tengo un brazo lastimado y es a causa de tu equipaje.
Se encoge de hombros y después cruza los brazos sobre el pecho.
—Si esperas que te compadezca te va a crecer la barba.
—Espero algo mucho mejor: que me ayudes a recuperar la movilidad. —Se lleva una mano al brazo y finge un espasmo doloroso.
—Creí que te habías dañado el hombro.
—El dolor se extiende a pasos agigantados —asegura enarcando las cejas—. Urge un masaje.
Dejo escapar una risa sardónica.
—No puedes negarte —me advierte—. Después de todo, es responsabilidad tuya.
—Una buena dosis de ibuprofeno puede obrar maravillas.
—Prefiero tus manos —afirma, con una mueca traviesa bailándole entre los ojos y los labios.
Una imagen del cuerpo de Hugo moviéndose al ritmo sensual de la capoeira se me cruza por la mente. El corazón me late aceleradamente.
—Seguro que contáis con excelentes fisioterapeutas en el campamento —apunto. Después me doy la vuelta e intento localizar un rincón que me proporcione una mínima porción de intimidad.
—Puedes cambiarte aquí mismo —me exhorta Hugo, adivinando mis intenciones—. No hace falta que te tapes. Tus tetas fueron las primeras que tuve oportunidad de ver en la vida.
—Ya. Escondido detrás del biombo, en la habitación de tu hermana —le recuerdo.
—Igual que un polizón a bordo de un transatlántico. —Muestra una sonrisa de oreja a oreja.
—Solo que entonces yo apenas contaba dieciséis añitos y tú… ¿Cuántos, diez, once a lo sumo?
—Tenía doce años.
—Eras un pipiolo. Igual que ahora. —No me resisto a añadir.
—Me dejaste impresionado.
—Eso es porque siempre has sido un pervertido.
—¡No seas trágica, por favor! Solo era un adolescente con las hormonas revueltas.
—Lo que pasa es que siempre tuve unas tetas preciosas. —Presumo.
—Y yo puedo dar fe. —Sonríe melancólico—. Eras un bombón. Aunque con el tiempo has empeorado en todos los sentidos.
—¡Sigo teniendo la mejor delantera de la comarca, imbécil!
—No lo creo, bruja piruja. Pero prueba a hacerme cambiar de opinión. —Me reta—. Enséñamelas una vez más. Solo para dar fe de que sigues ostentando el título.
Me sacude un estremecimiento. ¿Puede estar hablando en serio? Es el tipo más descarado que he conocido nunca.
Sacudo la cabeza.
—Eres un abusivo y un lenguaraz. Pero como no está hecha la miel para la boca del asno te exijo que te des la vuelta y me dejes disfrutar de un poquito de intimidad.
—¿Intimidad en una habitación de dos metros cuadrados? —Me lanza una sonrisa perversa. Es como un diablo sofisticado. Elegante a su modo, provocador como el ángel de fuego.
Asumo que no va a ponérmelo fácil y me giro. Con diestras maniobras consigo ponerme lo más cómoda posible dentro de las circunstancias. No voy a darle el gusto de que vislumbre alguna parte de mi anatomía susceptible de crítica.
Cuando me doy la vuelta compruebo que se ha acomodado en el sofá. Un extraño nerviosismo se apodera de mi ánimo…




Desde LecturAdictiva damos las gracias a Calista Sweet por la presentación.


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