domingo, 18 de diciembre de 2016

El rincón del escritor: Patricia Marín nos presenta Instante

Instante es una novela de escenarios y situaciones intensas. Quería hablar sobre el erotismo en otro ámbito, en este caso, el audiovisual. Así que empecé por las fotografías eróticas. Isolda debía ser una mujer que tuviera el pintoresco hobby de hacer posados eróticos, de posar desnuda y mostrar su sexualidad en fotografías. Una persona de su confianza se encargaría de trabajar con ella, Connor, su mejor amigo, una persona con la que ha estado años haciendo lo mismo. El fotógrafo, que la retrata para sus colecciones, conoce sus verdaderas pasiones, por eso le propone participar en un nuevo proyecto: compartir encuadre con otra persona. Con Evander Showalter, un modelo fetiche al que Isolda siempre ha visto en fotografías, pero jamás ha conocido en persona. 
Isolda acepta el proyecto por la experiencia, por probar, por la aventura. Evander es el clásico modelo que es igual de poderoso vestido que desnudo. La elegancia está hecha para él, no es un modelo repleto de músculos con tableta incluida, su sensualidad es más sugerente. Aunque es un hombre muy físico, el erotismo se encuentra en lo que transmite y en lo que no muestra. Es un hombre intenso y abrasador, porque va de frente y no esconde sus apetitos. Pero es duro y cuando quiere algo, arrasa con todo. Irremediablemente, Isolda se siente atraída por él, por su atractivo, por la manera en que la mira, en la que toca, en que posa. 
Quería mezclar arte clásico, pintura, escultura, fotografía y erotismo, en una historia sobre pasiones irrefrenables y anhelos ocultos. Un quiero y no puedo. Un deseo impetuoso y vergonzoso. Dos personas que tienen en común el fervor por la entrega y a su vez, miedo a perder el control. 




Los personajes nos hablan de la novela:


Mi nombre es Evander Showalter. Es probable que mi nombre no te suene, pero mi cuerpo sí, habrás visto mi torso en muchos sitios y ni siquiera te habrás dado cuenta. Soy muy celoso de la privacidad, por eso jamás muestro mi rostro en las imágenes. Antes de nada quiero que tengas claro que no me conformaré con un poco de ella; yo lo quiero todo. Isolda podrá intentar darme algo esta noche, pero ten por seguro que antes de que salga el sol, me habrá entregado mucho más de lo que esperaba darme. No voy a intentar controlar ningún aspecto de ella, solo deseo satisfacer sus fantasías. Isolda es un nombre precioso, para una mujer hermosa. Huele a melocotón. De cabellos morenos, cuerpo voluptuoso y sensualidad poderosa. Tiene una redondez clásica, me recuerda a una musa erótica de los años veinte; aunque, por supuesto, el color de su piel es mucho más vivo y ruborizado que lo que se muestra en una fotografía en blanco y negro. 

***

Soy Isolda Adamson y soy restauradora de arte. Lo de las fotografías solo es un pasatiempo. Connor, mi mejor amigo y la única persona que me ha fotografiado desnuda, lo sabe todo sobre mí. Hemos compartido mucho, no solo en las sesiones de fotos, sino en nuestra vida. Confío plenamente en él, por eso sé que una sesión con el señor Showalter va a ser emocionante. Y es posible que adictiva. Adoro su cuerpo. Es hermoso, parece esculpido en piedra y ardo en deseos de acariciar sus músculos. Es puro arte y, para colmo, es la definición de elegancia. Sabe cómo vestir y sabe cómo estar desnudo, dos cualidades que no suelen darse al mismo tiempo. La primera vez que vi su rostro me quedé impresionada, con el cabello oscuro peinado hacia atrás, se acentúa una expresión que es dura y tierna a la vez. Pero lo que más me remueve con sus ojos, unos iris de inflexible gris acero capaces de leer hasta mis más íntimos pensamientos. 

Una escena para abrir el apetito:

Cuando se acercó al plató, Connor estaba haciendo fotografías a Showalter. El modelo estaba sentado en un sofá, leyendo un periódico. Isolda se fijó en que estaba posando, aunque ni siquiera lo hacía de forma consciente. Solo estaba ahí, recostado de forma natural entre los brazos del mueble, haciendo algo muy normal. Y aun así, advirtió algo sensual y severo en su postura. Showalter le pareció inflexible y estricto, una persona a la que dirigirse siempre de forma correcta para evitar recibir una mirada despiadada de sus ojos grises. Más que un hombre sentado en un decorado que Connor había preparado, le parecía un príncipe con un lado oscuro. Observó entonces su ropa con más atención, los pantalones negros con la raya perfecta y la almidonada camisa blanca, impoluta. Los tirantes, oscuros como correas de cuero. Transmitía elegancia, seguridad y disciplina.
Le costó un gran esfuerzo apartar los ojos de la figura de Showalter y, cuando lo hizo, sus ojos recayeron en el resto del mobiliario que formaba parte del decorado. Había un diván de cuero y las paredes estaban empapeladas de negro. Isolda se estremeció de forma violenta y a su memoria acudió otra vez la fotografía, la imagen que no había dejado de flotar por su subconsciente desde que la viera. Miró a Connor, que medía la luz con ese pequeño aparatito que siempre utilizaba, y terminaba de colocar los reflectores y los flashes.
¿Qué estaría pasando por su cabeza?
Volvió a prestar atención al decorado. No solo el sofá en el que estaba sentado Showalter evocaba escándalo, el diván transmitía pura perversión. Una cama, con postes en cada esquina, terminaba de completar el cuadro de tentaciones.
Contuvo el aliento. Su amigo tenía que haber encargado todos aquellos muebles y contratado a un decorador para que transformara su lugar de trabajo en una habitación que combinaba dolor y placer a partes iguales. Los tres muebles estaban separados unos de otros, cada uno constituyendo un escenario distinto, pero formando parte de un todo. Isolda se mordió los labios, demasiado alterada para mantenerse en pie, y se sostuvo sobre uno de los trípodes sintiendo que le ardía el vientre. Connor hizo un par de pruebas y luego se volvió hacia ella, tendiéndole la mano.
—¿Empezamos?
«¿Qué es lo que vamos a hacer?».
Encontró muy explícita aquella inocente pregunta. En lugar de invitarla a participar en una sesión de fotografía, parecía pedirle que se adentrara en un oscuro mundo repleto de placeres.
Se quitó la bata y cogió la mano de Connor.
Se le erizó la piel cuando él la condujo hacia Showalter y, a medida que se aproximaba al chéster, el calor que manaba del modelo comenzó a acariciarle la piel. Él dejó el periódico a un lado, sobre un brazo, y la miró mientras se acercaba.
Lo hizo con lentitud, de abajo arriba, deteniéndose en cada parte de su anatomía sin molestarse en disimular que lo que veía era de su agrado. Isolda experimentó un agudo anhelo y cuando los ojos de Showalter se encontraron con los de ella, en silencio le pidió que nunca dejara de mirarla así. 


Desde LecturAdictiva damos las gracias a Patricia Marín por la presentación.

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