domingo, 15 de enero de 2017

El rincón del escritor: Elena Garquin nos presenta Boomerang

¿Qué tienen en común una agente de viajes española y un veterinario australiano?
Un tigre ciego. Una abuela metomentodo. Un pasado más presente que nunca y unos hermanos decididos a convertirse en casamenteros, con el canto de las kookaburras como música de fondo.
Carolina viaja a Australia convencida de que será el gran cambio que necesita en su vida laboral… y privada. 
Ethan se ve abocado a acudir a una cita a ciegas que resulta no ser tan improvisada.
La llama del amor parece haber prendido entre ellos pero... ¿serán capaces de atreverse a dejar a un lado sus anteriores decepciones? ¿O permitirán que, como un boomerang, las dificultades los golpeen de nuevo impidiéndoles ver que están hechos el uno para el otro?




Ficha del libro



Los personajes nos hablan de la novela:


—Hola. Me llamo Ethan Brown y soy copropietario de una clínica veterinaria en Stubborn, un
pequeño pueblo, producto de la imaginación de mi creadora, situado en Australia. Bueno, en realidad y pese a mis treinta y dos años, vivo por y para mi profesión, veterinario. Me encantan los animales. Tengo una conexión especial con ellos, hasta el punto de haberme embarcado en la aventura casi imposible de sacar adelante un refugio, dedicado a aquellos ejemplares que tienen alguna tara física. 
Oh, sí. Mi vida era todo lo sencilla que se puede esperar entre jornadas de trabajo interminables, llamadas de urgencia, hipotecas y funcionarios tocapelotas, hasta que apareció ella. La española. Carolina. Caro para los amigos, entre los que me incluyo, por supuesto. Y entonces todos mis problemas no parecieron más que anécdotas comparados con ella. Con lo que me hizo sentir al verla por segunda vez en tres años.
¡Dios, es preciosa! Pequeña y llena de curvas. Manejable, aunque solo en apariencia, claro. En realidad dicta sus propias normas, aunque tiene un fondo espectacular, lleno de ternura, de decisión y de una valentía que a mí me falta. Si creía que yo era el único con un pasado difícil de asimilar, comprendí lo equivocado que estaba en cuanto Caro me permitió acceder a un pedacito de su corazón. Y cuando me permitió acceder a su cuerpo a un mismo tiemo… Ah, amigos, ahí sí que comprendí que estaba completamente perdido. Porque la combinación fue tan mortal que ella se metió entre mi piel hasta ser la dueña absoluta de mis pensamientos. Porque me obligó a sincerarme conmigo mismo, a aceptar determinados acontecimientos y a aprender a vivir con ellos… Justo antes de volver a perderla.
Ahora no sé si seré capaz de recuperarla de nuevo. Si tendré la valentía suficiente como para retenerla conmigo, con todo lo que eso pueda implicar. Si cierro los ojos, solo puedo ver esa melena negra llena de rizos rebeldes acariciándome la mejilla. Esa mirada dorada  impulsándome a ser una persona leal con ella y conmigo.
Exactamente igual que el día que nos conocimos. Una noche cualquiera en un bar de Madrid, mientras ella celebraba su recién conseguido trabajo con sus amigas y yo huía de mi pasado en compañía de mi hermano. Nos encontramos y nos gustamos. Hablamos, nos besamos, y nuestras miradas se enlazaron con un millón de promesas que quedaron por cumplir.
¿Esto que siento es una segunda oportunidad? ¿Una forma de redimirme por todos mis errores? Ay, Caro, mi Caro, me has dejado hecho un lío…

***

—Hola a todos. Como bien ha dicho Ethan, me llamo Carolina y tengo veintiocho años. Esa circunstancia, aunque no os lo creáis, me avergüenza a veces, sí. ¿Por qué? Pues porque a esa edad, me he dado cuenta de que mi novio, con el que vivo desde hace tres años y que trabaja conmigo en
una agencia de viajes, me es infiel con mi jefa. Por si eso fuera poco, he caído en una trampa al viajar a Australia en compañía de mi hermana Macarena, para descubrir a mi llegada que el prometido viaje de trabajo no era tal, que el hotel que había reservado la agencia para mí ya no estaba disponible, y que, en resumidas cuentas, llegaba a Stubborn con lo puestó, más o menos.
Claro que no contaba con verme frente a frente con Ethan, cierto veterinario alto, moreno y con unos ojos azules tan oscuros que, cuando se enfada, parecen negros. Y se enfada a menudo, sobre todo cuando se empeña en hacerse el hombre protector conmigo y yo no se lo permito. Es cabezota. Ciego a cosas evidentes para el resto del mundo, incluida yo. Odio cuando se pone en plan sabelotodo. Menos mal que después reconoce sus errores de un modo tan tierno que…
Bueno, muy tierno. Tanto como para disfrutar de ese atractivo que va paseando por ahí con la mayor de las naturalidades, sin darse cuenta de que poco a poco, me va enseñando todos sus miedos e inseguridades a la vez que yo le enseño las mías.
Vaya. Va a resultar que en realidad ninguno de los dos somos tan fuertes como aparentamos, ni tan invulnerables. Que al final, todo en nuestras vidas deja huellas de diferente calado, y que tarde o temprano el boomerang de nuestros pasados regresa para que lo terminemos, en un sentido o en otro.
Ethan llegó a mi vida con la fuerza de un vendaval. Y pese a que ahora pienso en él con el frío del desengaño, no puedo evitar sonreír si me acuerdo de cierto encuentro frustrado en cierto cobertizo, que marcó un antes y un después en nuestra relación. Entonces tuve que dejarlo con los pantalones por las rodillas y una expresión en la cara que daba lástima. Afortunadamente, su hermano Gavin fue a socorrerlo a tiempo para que Ethan atendiera el parto de una yegua, en espera de una mejor ocasión para terminar lo que fuera que acabábamos de empezar.
Se ha convertido en el hombre de mi vida. Junto a él, nada me parece lo suficientemente grave, ni importante. Pero ahora está lejos, y no sé si volveremos a estar juntos, ni por cuánto tiempo…

Una escena para abrir el apetito:

Os pondré dos, porque me resulta muy difícil elegir:

« Ethan la volvió hacia él y apoyó su frente en la de ella, capturando su mirada hasta que pudo sentir su mimetismo de una manera más íntima. Como si siempre hubiera existido y ahora, simplemente, se limitara a dejarse notar. Los dos sabían lo que pensaba el otro. Y sabían que lo sabían. Podía parecer absurdo, pero existía una conexión atávica entre ellos que iba más allá.
Mucho más allá.
—Caro, te prometo que no te arrepentirás de haber aceptado.
Eso era dudoso. Sobre todo cuando vio la solemnidad con la que le acarició la parte superior de su cuello con los pulgares. 
Hubo un instante, en el pasado, en el que se había mezclado con él. En el que sintió esa misma caricia sobre sus labios, un momento antes de que él los saboreara. 
¡Oh, Dios! ¡Quería que los saboreara! Pero por alguna extraña jugarreta del destino, ella no daba el primer paso y él, tampoco. El nudo que se le formó en la garganta era tan grande que solo pudo apartarse y tirar de la maleta escaleras arriba.
Quería huir de la profundidad de aquella mirada. De la magia que parecía atraerla hacia él. Pero no tenía la llave.
Él la sostenía en alto. Ella retrocedió para cogerla, pero no quiso marcharse sin antes preguntar.
—Ethan —llamó desde lo alto de la escalera, mirándole por encima del hombro.
—Dime, Caro.
—¿Por qué me has ofrecido todo esto?
—¿No lo sabes? —Carolina tenía una ligera idea que él se encargó de confirmar. Vio cómo apretaba los dientes para luego dejar caer los hombros. Y supo que lo que iba a decir era de suma importancia para él—. Aquella noche, en Madrid…
—¿Sí?
—A tu lado tuve paz. Quiero volver a sentirla».

***

«—Chicos, gracias por cuidarla, pero debemos aprovechar el tiempo. —Ethan les guiñó un ojo y sonrió como solo él sabía hacerlo. Las piernas de Carolina temblaron—. Hola, Caro. Perdona el retraso.
—Hola, Ethan. Estás perdonado… Y perfecto.
Allí tenía a su príncipe azul con la mano mojada, extendida en su dirección.
De repente el bar estuvo vacío, como la calle, el pueblo y el mundo entero. Los sentidos de Carolina se subordinaron a él cuando le cogió la mano y se dejó llevar a un rincón, allí donde las luces solo arrojaban sombras indefinidas que pudieran ocultarlos.
—¿Folk- rock? —le preguntó al oído.
—Cualquier estilo, siempre que sea contigo. Aunque esta es la última canción que yo hubiera elegido.
—Servirá. —Ella le regaló una sonrisa confiada y se encogió de hombros—. Me debes un baile, ¿no? Y mañana me voy.
Los dos se mordieron los labios, intentando racionalizar lo que eso significaba. No pudieron.
«Quédate. No te vayas nunca».
Carolina obvió el mensaje de los ojos de Ethan. Seguro que se había equivocado al descifrarlo.
—Después de cómo te despediste de mí esta tarde, tú eres la que estás en deuda conmigo. Tenemos poco tiempo para saldarla.
«Pídeme que me quede y no me moveré de aquí».
Ethan sacudió la cabeza. Aquel no era el mensaje de los ojos dorados, sino el reflejo de sus propios deseos. La agarró de la cintura y la pegó a él. Comenzaron a balancearse mientras Michael David Rosenberg, la voz de Passenger, se hacía un hueco en su cerebro sin su permiso.
Discutió mentalmente con la letra que escuchaba como si estuviera en un debate. Nunca había sido hombre de extremos tal y como los planteaba Rosenberg. Él no necesitaba estar rodeado de nieve para apreciar el sol, ni odiar la carretera para echar de menos su casa.
Solo necesitaba a Carolina. Y allí la tenía.
Increíblemente guapa y sexy. Atontándolo con su perfume fresco y con aquella respiración acompasada que le calentaba el pecho cuando empezaron a moverse al son de la música.
Sonrió y cerró los ojos. En su mundo ideal, Cheers ya no estaba abarrotado de gente. Solo lo llenaban ellos dos. Sin complicaciones. Sin reclamos ni falsedades. Sin obligaciones. Sin exigencias.
Carolina flotaba en una nube. Y no quería bajarse de ella. Enlazó los dedos alrededor del cuello de Ethan y apoyó su nariz allí donde le palpitaba el pulso. Fuerte, decidido. Igual que los latidos de su corazón. Él intensificó el contacto abarcándole el trasero con las manos para acercarla más a sus caderas.
Cuanto más calor le proporcionara, mayor sería el frío que dejaría al día siguiente. Passenger seguía a su ritmo y Ethan se involucró en él. Tenía la impresión de que no volvería a sentir pena, ni rabia o impotencia, si seguía abrazando a Caro de esa manera.
Pero notó su lengua lamiéndole las gotas de agua del cuello, y dejó de pensar.
—Aroha, no estamos solos. —Los movimientos ondulantes y lentos del baile le excitaron. Hundió los dedos en el trasero de Caro y gimió cuando ella comenzó a frotarse contra su erección—. Caro…
Sus bocas se encontraron casi sin proponérselo. Ella le mordisqueó los labios al ritmo de la música, transmitiéndole una oleada de erotismo tan formidable que terminó separándose para poder controlarse y no empotrarla contra la pared.
—Si sigues besándome así, tendremos que recurrir al baño público del Cheers —murmuró.
—Pues vámonos.
—Dejé el coche en casa. Vine andando para estirar las piernas cuando me sorprendió la tormenta —dijo, pensando que había un mundo entero de distancia entre aquel bar y su cama—. Y no me he traído paraguas.
—Nos iremos igual.
—Está diluviando, Caro. Te mojarás.
—Nos mojaremos, Ethan. Y después de secarnos, volveremos a mojarnos.
A él le bastó con esa insinuación para decidir que aquella era la mejor idea que le habían propuesto nunca».

Desde LecturAdictiva damos las gracias a Elena Garquin por la presentación.

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