domingo, 26 de noviembre de 2017

El rincón del escritor: Inma Cerezo nos presenta El sonido de tu mirada




Nathan, una vez superados sus errores del pasado, ha dejado atrás lo que es más importante para él: Los Ángeles, su familia, sus amigos y su grupo de rock. Se refugia en la universidad, y lo único que le llena es seguir componiendo canciones.
Leah está a punto de empezar la facultad, y cree que esta nueva etapa, en otra ciudad, con nuevas amigas y junto a sus hermanos, será emocionante…, pero estos últimos no tienen pensado perderla de vista, sobre todo si ven algún roquero tatuado revoloteando a su alrededor…

Ambos se encuentran en un presente plagado de desconfianza y ante un futuro que parece negarse a darles la oportunidad de estar juntos, pero… ¿y si el destino tuviera otros planes?









Ficha del libro






Soy Nathan Collins, llevo media hora dando vueltas entre las estanterías de la biblioteca escondiéndome de Leah. Es penoso, lo sé, pero no se me ocurre nada mejor que hacer para evitarla. Si mi amigo Kyle me viera, tendría coña para una buena temporada. A ver, me encanta contemplarla y disfrutar de cada parte de su anatomía aunque a cierta distancia. Al parecer, he vuelto a la adolescencia y no me puedo controlar cada vez que la tengo cerca. Además, ella está prohibida. Punto.

Hace tres años, cuando vivía en Los Ángeles, no me hubieras encontrado en una biblioteca ni por casualidad, mucho menos ocultándome de una chica atractiva que hace estragos en mi cuerpo cada vez que la miro. Ahora, bueno aquí me tienes, huyendo de esos ojos verdes que me hablan, de ese pelo sedoso con olor a manzana y de ese cuerpo de infarto.
«Tierra llamando a Nathan», ¿ves? a esto he quedado reducido. Dios, ¿por qué tiene que ser la hermana de Max? ¿por qué la cagué tanto en el pasado que ahora algo con ella es una utopia?
Creo que me ha visto, sí, aquí viene…
En el fondo me alegro, soy un poco bipolar pero que queréis que os diga, esa sonrisa merece toda mi atención. ¡Ay! niña, la de canciones que me inspiras.

***

Perfecto, estoy observando a Nathan que lleva unos veintisiete minutos aproximadamente en la sección de filosofía medieval. Dudo mucho que esté matriculado en ninguna materia en la que requiera documentarse con algún volumen de esas estanterías. Sé el programa de todas las asignaturas del grado de memoria, incluso de las optativas y no hay nada que se le parezca. Ergo, me está evitando de nuevo. Por cierto, soy Leah Kline, de Sun City.

De donde provengo, esto es algo parecido a cómo actúan las reses cuando perciben que van a marcarlas. 

¿Por qué sigo haciendo esto después del plantón flagrante? 
Odio no poder controlar todos los aspectos de mi vida y digamos que el roquero escapa a todo mi dominio. 
Sí, me besó y sí, desde entonces me rehuye de forma sistemática.
Toda la culpa de esto la tiene el zoquete de Max, mi hermano, como si lo viera. Jesús, ¿qué habré hecho para merecerme semejante penitencia?
Bueno, querido Collins, pues conmigo no se juega. No te vas a librar aunque seas increíblemente atractivo, tengas unos ojos azules preciosos y un cuerpo digno de ser estudiado.
A mí estas cosas antes me daban igual. Nunca me he fijado en el físico y mucho menos en un chico tatuado.
¿Entonces, qué me ocurre? ¿Mis hormonas deciden por mí?
Te vas a enterar…
 Qué sonrisa tan bonita y qué bien le queda ese jersey de lana… estoy perdida, ¿qué era lo que le iba a decir?
«Leah, en fase vegetal por un tío bueno», este es el efecto Nathan: bienvenidos al paraíso.



Una escena para abrir el apetito:

Llegamos a una avenida grande, New Hampshire Street, con varios locales iluminados en los que se podían ver referencias a cuadros y esculturas, algún negocio de tatuajes, galerías de arte… Lo seguí con cierta expectación; no sabía muy bien qué quería mostrarme, pero había conseguido despertar mi curiosidad.
Se paró en el número 640, frente a un enorme escaparate iluminado con dos increíbles cuadros en colores eléctricos vistosos que captaban la atención por lo impactantes y descriptivos. Yo no tenía demasiados conocimientos en arte, pero sí podía adivinar cuándo algo era bueno. Era reconocible que aquello, desde luego, no estaba hecho por aficionados. Atrapada en estudiar el lugar que él tenía tanto interés en que viera, leí el rótulo, «Wormhoudt Arts Center», en voz alta, y miré a Nathan. Sonreía emocionado.
—Te presento la galería de arte de mi abuela, Denise Wormhoudt.
Lo volví a mirar sorprendida cuando observé el lugar de nuevo. Había leído sobre ella: era una de las artistas más afamadas de la ciudad. Había logrado ser reconocida internacionalmente. Si mi memoria no me fallaba, decían que sus obras iban a ser expuestas en algunas prestigiosas galerías de arte europeas. Era difícil no recordar ese nombre: aparecía en todas las guías de Lawrence como reclamo turístico.
—¡Eso es fantástico, Nathan! Yo no tenía ni idea… —contesté, sin saber muy bien qué decirle.
Por supuesto que no sabía nada, ¿acaso lo conocía? Estaba ante un total desconocido que de pronto me apetecía que dejara de serlo.
—Bueno, no es algo que suela explicar, pero si puede ayudar con lo del grupo… Mi abuela es guay, ¿no? Seguro que si le pido que se haga una foto conmigo para colgarla, lo hace encantada. Es una gran aficionada de las redes, se mueve en ellas con soltura…
Solté una carcajada, muerta de risa. Un tipo duro diciendo «guay» y «abuela» en la misma frase… Estaba claro que con él no me iba a aburrir.
—Déjame pensarlo; contigo tenía en mente hacer un reportaje de fotos sugerentes ligero de ropa: tenemos un gran potencial ahí… —dije a la vez que señalaba su torso con un levantamiento de cejas.
Lo dejé con la boca abierta, riendo con ganas. Supuse que no esperaba que le comentase nada por el estilo.
—¿De verdad? ¿Soy un objeto sexual o algo parecido?
—Un bombón sexual con una abuela pintora famosa, lo veo… «Del escenario a los cuadros…», «El arte corre por sus venas…». Y un reportaje con el torso desnudo embadurnado en acuarelas… —Me puse un dedo sobre los labios como si estuviese considerando la idea.
De pronto, cambió el ambiente.
—Vale… —asintió con una mirada hambrienta que devoraba cada centímetro de mi anatomía.

Nathan acortó la distancia que nos separaba; nuestros cuerpos se rozaban, mientras notaba cómo mi respiración se agitaba ante la expectativa. Alcé la mirada: sus ojos azules me escrutaban con una intensidad que hizo que mis pezones se endureciesen de forma automática. Hacía muchísimo tiempo que no me ocurría nada parecido. Él me desarmaba. Quería que me besase, lo necesitaba como el aire que respiraba.

Desde LecturAdictiva damos las gracias a Inma Cerezo  por la presentación.

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